lunes, 27 de octubre de 2008

floto entre ellas





Mauricio Kartún: aprendiendo a desaprender







Llegó en el momento preciso. Un respiro. La palabra sabia para echar al piso tantos años de mal creerme. Una piensa que se piensa que es por ahí--- Pero nada que ver. Vivimos reaprendiéndonos. Mauricio Kartún dicta otra manera de escribir. Y yo sé que para mí escribir ha sido un atajo a tantas cosas. Ha sido un atajo a los viajes, a los medios, a la docencia, al amor, a mis búsquedas. Y he sufrido mucho escribiendo, como si escribiendo me tuviera que enfrentar al miedo más grande. El miedo que es capaz de congelar las manos, los dedos y las palabras.

Kartún dice que escribir es casi como jugar. No se sabe a dónde te lleva. Simplemente te lleva y te dejas ir. Te vas, te vas, te sigues yendo, como una barca a la deriva. Que es bueno ir a ese ritmo sin control de la corriente abajo y que en las mañanas, con la cabeza fría se llega a las ediciones más controladas. La guillotina de las palabras locas.

Habla de imágenes generadoras, de imágenes que halan la historia y te llevan galopando directo a un interlocutor que te escucha paciente. Y que cuando un escritor no puede escribir, cuando ha perdido el fluido, es que se está forzando a hablarle a ese interlocutor falso, ese show barato que nadie se puede creer. Pienso en Kartún y respiro disciplina. Para cumplir con el proceso creativo que llama fluir, pide que se cierren las puertas del teatro a la hora puntual de la clase. Si no llegas a tiempo, tienes que esperar una hora o más en lo que hace la pausa. No deja pasar a nadie. En un ocasión llegué 10 minutos tarde y tuve que esperar. Esperar, pensar, reflexionar, por qué llegaba tarde a una de las mejores cosas que me ha pasado este año en Buenos Aires. CONOCER A KARTUN.

Bueno, tiene que ver con ese autoboicot al que a veces me impongo, sin darme cuenta y que gracias a una intropección seria veo y analizo. De algún lugar me nace ese martirio de no hacer lo que más amo. Lo observo, lo escribo, me desafío.

Hoy fue una tortura. Estuve el día entero viendo la manera de no escribir. Tenía, quería, pero no podía. Subí fotos a Facebook, busqué información de mujeres en la historia, escribí un poco de poesía, leí sobre filosofía oriental, pero no toqué el texto que me tocaba escribir. Y sé que no soy la única. Una amiga periodista, de las mejores que conozco, sufre de lo mismo. Cada vez que escribe, se tiene que enfrentar al terrible dolor de traspasar una historia con palabras.

En una ocasión comencé a explorar con una terapista de dónde me nacía ésto, pero la verdad, no tuve la paciencia ni me gustó mucho la química, para seguir la exploración. Tal vez, en otro momento me siente a investigar o simplemente, siguiendo las recomendaciones de Kartún, me olvide de tanta wasa wasa. La mejor forma de escribir es escribiendo. Fluir fluyendo. Meter las manos en el barro y hacer. Por eso me senté ahora y dejé que hablara mi corazón. Ya mañana veo si vale la pena algo de lo que dije, o si simplemente le doy delete con el dedo y lo borro todo. No importa. Escribo. Con esto cumplo y se siente bien. Suelto este dolor que llevo todo el día metido en el pecho. Una frustración, unas voces demasiado altas que no logro entender. Tantos cuentos por contar, tantas imágenes en pausa. Es tiempo, es mi mi tiempo. Ya está. Ya está. Ya está.

28 octubre 2008
3:43 am
Buenos Aires, Argentina

domingo, 19 de octubre de 2008

Eva urbana





Dejo que la manzana de Adán me lleve. Soy la tentación. Soy una Eva de ciudad, que se desnuda ante la provocación de unos besos dulces, completos, desmesurados en las comisuras de los labios. Y un poco más abajo. El mentón.Que hasta allá abajo no llega rápido. Soy una Eva urbana, pero todavía guardo códigos, algunos, de la retaguardia más extraña. Creo, intento, intuyo que me protejo de algún naúfrago con ojos inundados de desamor, que me puede llevar a un fondo. O soy yo, la que ya estoy en el fondo y necesito una boca suculenta para salir a flote, para sentir que no me hundo. Estoy hundida. Desaparecen los besos, los abrazos seguros, asegurados, perturbados, no sé, los abrazos de piel adentro y creo que algo adentro se comienza a hundir. Como si ya estuviera un abismo abierto, como cuando se prenden de un barco pirata los polizontes que vienen a atracar a puertos lejanos.

Puede que sea un barco pirata roído por el tiempo, por los vientos de tormenta que pasaron por el Caribe y que dejaron con algún lenguetazo de huracán, sal del fondo marino. Mis tablas, mis maderas suenan como las mecedoras más viejas de una mujer solitaria. Mi barco parece que se hunde, pero no se hunde. Es un romanticismo raro verlo moverse entre las olas, levantarse adentro en la marea como un barco con experiencia por tantas vueltas.

Me vuelvo a meter a las profundidades. He visto sirenas, lobos marinos, he visto piratas, pirañas y hasta jirafas tuertas que descienden al fondo del océano y no vuelven jamás. He visto tantos barcos hundirse. O acaso fui yo el mismo barco, con diferentes destinos, que se fueron hundiendo poco a poco en el mismo lugar.

Hoy caminé por las calles de una ciudad semioscura. Los árboles tan altos como un abrazo fuerte a mi hermano. El lejos. Yo acá. Altos. Lejanos. Los árboles cómplices y celestes, dulces, cosquillosos. Me llenaron de aire el pelo y la camisita crema que me queda grande.

Caminar luego de la tristeza es hermoso. La tristeza se va acomodando en la piel como se acomoda la ropa lavada. Un sentimiento que se lava tan cerca de la piel. Como una piel muy larga, muy próxima al dolor, que comienza a caerse en trozos por la ruta. La piel es elástica y de cartón a la vez. Caminar doliendo, es caminar la vida. Es como atravesar por el medio del fuego y quemarte, pero disfrutar. La piel es inerte a ese fuego profundo. El fuego es alto.

Caminar con dolor es casi poesía. Un párrafo que se va acomodando a la calle solitaria. Un carro que pasa muy suave y no puedes percibir otra cosa que no sea el movimiento de lo ido. Caminar luego de la tristeza es caminar con la garganta en los zapatos. Estar descalza con las manos en los bolsillos y tener la dignidad de algo te duele, todo te duele. Duele. Y no mata. El dolor que no mata, ese dolor que se te mete por dentro y se transforma en pisadas sin rumbo. Pisadas nuevas, de bebe combatiente que sale al mar a buscar el nuevo puerto.

Es un barco pirata con la calavera al sol que te cruza el centro del estómago y te cuida, te lleva, te regodea en el nuevo mareo en altamar. Miro el horizonte y soy toda sonidos. Viento. Espuma.

Camino por calles casi desiertas y las siento habitadas. Como una ciudad a punto de explotar. Ya he explotado por dentro y lo que queda en la mirada son destellos, zonas radiantes como la cercanía al sol vivo Erupción de volcanes calladitos y potentes. Pero volcanes.

Miro. Tal vez, me miro en la palabra. Y me doy cuenta que mirar no es lo que busco. Es caminarme, como me camino en las calles. Es soltar, como me suelto en la tristeza. Es sonreír, sin mucha fe, solo la convicción de que respiro. Es innecesario buscar fe, palabras. Estoy viva y camino. Y eso para mí, es más fuerte, que cualquier oración. Acabo de salir de otro hundimiento. Vengo del mar, vengo de un viaje profundo a mi propio naufragio.

Soy Eva urbana. Eva de ciudad, que quiso pisar otra tierra para encontrar la poesía, mirar la linterna mágica en la pantalla de oro. Soy la Eva urbana que se quitó la falda de espejitos de la India y se soltó el pelo de sirena en la boca de un hombre. Soy esa. La misma que arranca manzanas, entrega pezones con leche, se retuerce ciega en callejones sin nombre y cree, espera, sueña con amanecer mil veces llena, perfumada del otro.

Soy errante, soy de trapo y sal. Soy un camino tan adentro y tan ruidoso. Me tiro a la calle y prefiero sentir el viento. Prefiero dejarlo ir. Otro nuevo puerto donde estoy, donde llegué, donde partí, donde sigo, seguiré, hasta que, hasta que, hasta que...


Buenos Aires 18 de octubre 2008

sábado felí












Uspallata 4180, Nueva Pompeya
Buenos Aires, Argentina

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miércoles, 15 de octubre de 2008

pelo

me meto
te metes
cortina de besos
siento que me pierdo
siento que te vas perdiendo
me encuentras
te encuentro
me aprietas la boca
me vas construyendo
me voy dando cuenta

siento tu boca de hambre
mi maranta en tus ojos
otro lugar
tu pelo me acurruca la espalda
olor a galleta dulce
manos inmovilizadas en tu piel
respiro tu sudor pequeño
tu cuello habitado de cuevas azules
te miro tan cerca
apenas me ubico en la piel
pelo
cabellos largos que me calientan los besos
olor a campo que me duerme el agite
respiro
suelto
amanezco
me pierdo
me cortino
me estremezco
me rebelo
me descubres
me das
me doy

Fleming June en mi cabeza

lunes, 6 de octubre de 2008

Editoriales cartoneras: un fenómeno que se expande



Eloísa Cartonera, de la Argentina, marcó el camino, pero la iniciativa se expandió. Hoy, Animita (Chile), Mandrágora (Bolivia), Sarita (Perú) y Yiyi Yambo (Paraguay), entre otras, integran el trabajo de cartoneros, artistas plásticos y escritores.

Por Silvina Friera

El Mercosur de editoriales cartoneras empezó a funcionar en un pequeño espacio cultural de Almagro, “No hay cuchillos sin rosas”, sobre la calle Guardia Vieja, donde nació la irreverente y colorida Eloísa Cartonera. Washington Cucurto, Javier Barilaro y Fernanda Laguna crearon este proyecto comunitario sin fines de lucro que, desde 2003, integra el trabajo de cartoneros, artistas plásticos y escritores en la edición de libros artesanales, elaborados con cajas de cartón, con tapas pintadas a mano, páginas fotocopiadas y tiradas limitadas, de 500 a 1000 ejemplares, de narradores y poetas de toda América latina. El fenómeno se expandió en Perú con Sarita Cartonera; en Chile con Animita; en Bolivia con Mandrágora y Yerba Mala; en Paraguay con Yiyi Yambo; en Brasil con Dulcinéia Catadora, y la más reciente en México, La Cartonera. Ahora mudada al barrio de La Boca, sobre Brandsen al 600, a metros de la Bombonera, la madre de todas las editoriales cartoneras invita a quedarse, a tomar mate, a escuchar cumbia y salsa en la vereda, mientras se hacen los libros con pinceles, témperas y cartones, a la vista de los vecinos y turistas que merodean por la zona. En el pequeño local, los libros publicados y agrupados en varios estantes dan cuenta de la diversidad del catálogo de Eloísa, con más de cien títulos publicados. Conviven, entre otros, César Aira y Ricardo Piglia, Leónidas Lamborghini y Enrique Lihn, Alan Pauls (ver página 32) y Mario Bellatin, Fogwill y Andrés Caicedo, Arturo Carrera y Ricardo Zelarrayán.

“La Osa”, de cartonera a famosa

Miriam Sánchez, más conocida como “la Osa”, tiene 23 años y la remera de Boca gastada de tanto uso. Dejó de cartonear en las calles hace seis meses. Ahora, como todos, cumple múltiples funciones, desde pintar hasta distribuir los libros en las librerías, ferias, puestos callejeros e instituciones como la Universidad de las Madres y el Centro Cultural de la Cooperación, entre otras. Llega contenta, vendió todos los ejemplares en La Boutique del Libro de Palermo, y su sonrisa abraza al barrio. Uno quisiera llevarse a esta mujer a todas partes para escucharla y que cuente sus historias. “Yo era cartonera y siempre pasaba con mi carro. Quería saber qué era, entrar. Y le dije a mi marido, pero no tenía ninguna excusa porque no tenía buen cartón. Un día pedí pasar al baño para chusmear. Entré, hice como que fui al baño, pinté una tapa y me fui. Después de cinco meses me decidí a venir a trabajar acá, pero me recostó dejar el carro”, confiesa la Osa, que todos los días viaja de La Plata hasta La Boca. “Me gusta ser famosa, que me hagan entrevistas, que me saquen fotos”, admite y revela que sus libros preferidos son Salón de belleza, de Bellatin, y “La cartonerita”, un poema de Cucurto. “Yo le digo a mi familia y amigos que ese poema me lo dedicó a mí, pero es mentira. Y mi familia dice: ‘¡Mirá vos, la Osa, de cartonera a famosa…!’”

María Gómez, 26 años, estudiante de Comunicación, señala que lo mejor que se puede decir sobre el surgimiento de las editoriales cartoneras lo planteó el escritor boliviano Crispín Portugal, uno de los fundadores de Yerba Mala. “El dice que ya no importa si alguien cae en esta lucha porque otros vendrán. Este fenómeno no es de nadie, es algo que está en movimiento y que es imparable”, asegura Gómez. Uno de los “proveedores oficiales” de cartón es Oscar, un vecino del barrio que consigue cajas de cartón sin manchas. “A él se le paga 25 centavos por caja, que sería más o menos $ 1,50 el kilo, depende del tamaño de las cajas, cuando en los depósitos les pagan 40 centavos el kilo”, compara. Una vez que tienen el cartón, se corta y se pintan con témperas los nombres de la obra y del autor, se encuaderna la tapa junto con el cuerpo de la obra que sale, tibiecito como pan caliente, de la pequeña máquina Multilith 550, que maneja Renzo, y… listo el libro para quien lo quiera comprar. El costo de los ejemplares oscila entre 8 y 15 pesos, pero hay una promoción, para los que compran en el local, de 3 libros a 10 pesos.

La santa de las prostitutas

Sarita, la cartonera peruana, nació en los primeros meses de 2004 con cuatro títulos: Cara de ángel, de Oswaldo Reynoso; El arte nazi, de Santiago Roncagliolo (ver pág 32); Fuga última, de Aldo Miyashiro, y Ayer, del chileno Juan Emar. “En ese momento había muy pocas editoriales independientes en Perú, entonces tuvimos mucho eco. Aunque los autores y la prensa nos trataban muy bien, las librerías no querían nuestros libros”, recuerda Jaime Vargas Luna (Junín, 1980), que estudió Literatura en la Universidad de San Marcos en Lima, dirige otra editorial llamada [sic] y preside la Alianza Peruana de Editores. El cambio de actitud fue durante la Feria del Libro de Lima en 2005 cuando Sarita, tan desprejuiciada, colorida y rotunda, lanzó Underwood portátil modelo 1915, de Bellatin. “Como la única edición del libro era la nuestra, la vendimos muy bien. Eso ocasionó que la cadena Crisol de librerías nos buscase para distribuir ese título en su cadena y, con ello, entramos a las demás y con todo el catálogo”, precisa el editor, catálogo que hasta la fecha está integrado por cuarenta títulos, que incluyen libros de Fernando Iwasaki (ver aparte), Pedro Lemebel, Daniel Alarcón, Rodrigo Hasbún y Luisa Valenzuela, entre otros. “Sarita Colonia es el nombre del mayor icono popular limeño, quizás incluso peruano –revela Vargas Luna–. Es una santa no oficial, no católica. La santa de los choferes de buses, de las prostitutas. Era el nombre perfecto para lo que queríamos.”

Al principio, los fundadores de Sarita publicaban a escritores peruanos inéditos pero, con la irrupción de otras editoriales independientes, cambiaron de estrategia y decidieron publicar a escritores latinoamericanos cuyos libros no llegaban a Perú; o llegaban, pero a precios inaccesibles. Poco a poco, fueron sacando libros de Piglia, Haroldo de Campos, Margo Glantz o Diamela Eltit. Vargas Luna sostiene que todas las experiencias cartoneras comparten un horizonte semejante. “El trasfondo común tiene que ver con la necesidad de acercar la literatura a la calle y evidenciar la calle en la literatura; y también con cruzar fronteras y generar movimientos colectivos. Los catálogos de cada cartonera tienen sus propias búsquedas, pero hay un espíritu más o menos anarco, más o menos desacralizante, que nos abarca a todos.”

¿Qué diablos es ser callejera?

Ximena Ramos comenta que Animita Cartonera empezó a funcionar a fines de 2006, cuando lanzaron siete libros de Gonzalo Millán, Carmen Berenguer, Mauricio Electorat, Teresa Wilms Montt y José Santos González Vera, entre otros. “Salimos con bombos y platillos, al menos mediáticamente, cosa que nos ayudó bastante para poder dar a conocer el proyecto”, confiesa Ramos, que estudió Literatura en la Universidad Diego Portales. En cuanto a las reacciones que generó la aparición de Animita, que ya lleva publicados 18 títulos y tiene en su catálogo, entre otros, al poeta Raúl Zurita (ver aparte), Ramos detalla que hubo “desde el apoyo absoluto e incondicional a los chismes por la espalda, del tipo ‘son chicas burguesas que arman una cartonera’, como si tuviésemos que estar sentadas en la cuneta con una actitud entendida como ‘callejera’. ¿Qué diablos es eso? Para poder ser válidas para algunos”, se enoja, con razón, Ramos. Las animitas son pequeñas grutas generalmente en forma de casitas, del tamaño de una caja pequeña, dispuestas en las orillas de los caminos cuando ocurre un accidente en la calle, una muerte injusta que no debió ocurrir. “Es algo objetual que toma características divinas, que habita las calles y que puedes encontrar del norte al sur, sin exclusiones”, cuenta la editora.

Animita forma parte de Editores de Chile, una asociación paralela a la Cámara Chilena del Libro, conformada por editoriales independientes. “Nos hicimos socias porque nos ayuda a la hora de lograr ciertos objetivos, como poder ir a ferias colectivamente, llegar a acuerdos, ser parte de la discusión del libro y la lectura, proponer iniciativas y un sinfín de puntos que, muchas veces, se logran colectivamente y no siempre luchando solo”, plantea Ramos. “La relación con las macroeditoriales es nula. Es más, dudo de que nos conozcan.” Calidad, proyección y viabilidad son las claves del catálogo de Animita, que este año incorporará a autores como Daniel Alarcón, Gonzalo Garcés y José Kozer, entre otros. “Nosotras damos a conocer autores en un formato que llega justamente a quien no se puede comprar ni tiene acceso a un libro Anagrama”, compara la editora.

Tiempos de revancha

A principios de 2006, los escritores bolivianos Darío Luna, Crispín Portugal y Roberto Cáceres querían publicar en el mercado editorial más pequeño de América latina (1.200.000 personas no saben leer ni escribir). “Estuvimos un poco angustiados, pues había mucho que decir, sobre todo de El Alto; y luego de ver las experiencias en la Argentina y Perú, nos decidimos”, recuerda Cáceres. “Publicamos nuestros libros con poca esperanza, pero a la gente le gustó y empezamos a crecer. La recepción por parte del medio intelectual fue en un primer momento reticente, pero posteriormente se integraron”, revela Cáceres, que publicó Línea 257 en YMC, cartonera que cuenta en su catálogo con 17 títulos. “La yerba mala crece en cualquier parte, sobre todo en el lugar que tú menos la desees, y siempre se la quiere extirpar porque es molesta –explica Cáceres–. La vas a sacar y va crecer otra vez. Hemingway decía que los pobres somos como la yerba, crecemos en cualquier parte. Por eso nos ha gustado Yerba Mala, porque nos van a matar, pero van a venir otros atrás… Es una suerte de terquedad por la supervivencia.”

“En 2006, nadie comprendía cómo se había organizado la gente para derrocar al Goni (Gonzalo Sánchez de Lozada), no había un líder, todo el mundo salía a la calle. Podría decirse que Yerba Mala comenzó devolviendo uno de los gases lacrimógenos: valorándonos, encaprichándonos en lo que somos nomás, sin mayores pretensiones. Evo subió y nos reconocimos aún más –admite Cáceres–. Pero ese reconocerse no es hacer una literatura panfletaria, sino una literatura que eleve nuestro imaginario, que construya nuestra cultura, que no es ni la andina pura, ni la camba pura, ni la occidentalizada, sino una mezcla de eso.” El único apoyo que recibe YMC es de los lectores. “Tratamos de apostar a una literatura sin donativos, lastimerías, subvenciones. Existen instituciones que ayudan, ONG, pero hemos visto que seríamos cómplices si recibiéramos su dinero. Creemos que ellos sólo quieren justificar sus dineros y reunirse luego en elegantes hoteles, restaurantes y con ropa de diseño para hablar de la gran ayuda que están haciendo a los pobres. Somos pobres, pero no queremos que sientan piedad por nosotros”, subraya Cáceres. “Ser escritor y editor en Bolivia es quijotesco, romántico, kamikaze o suicida y por eso mismo absolutamente atractivo. Estamos viviendo unos tiempos decisivos, no podemos quedarnos con los brazos cruzados”, sugiere el autor boliviano.

En la ciudad de Cochabamba, Bolivia tiene otra editorial cartonera, Mandrágora, en homenaje a la planta afrodisíaca, pero también a la obra teatral homónima que escribió Nicolás Maquiavelo. Iván Castro Aruzamen (Chuquisaca, 1970) informa que a fines de 2004 decidió con unos amigos llevar adelante el proyecto después de conocer la experiencia de Eloísa. “En nuestra primera presentación, los libros causaron curiosidad y, al mismo tiempo, fue un éxito: hicimos 50 ejemplares de los primeros tres títulos y se vendieron como pan caliente. Hablar de intelectuales en Bolivia es una tontera, porque no hay pensadores y la crítica literaria está en pañales.” Castro Aruzamen, profesor de Literatura y Filosofía en la Universidad Católica de Cochabamba, sostiene que Evo Morales no tiene ninguna significación en el proyecto de la editorial, que ya ha lanzado una veintena de títulos como El pianista, de Piglia; Noches vacías, de Cucurto, y Como la vida misma, de Edmundo Paz Soldán (ver aparte).

“Mandrágora es un proyecto social y cultural, inserto en la lucha contra la deshumanización del neoliberalismo, pero no desde una óptica marxista o socialista. Sabemos que el modelo causa estragos en sectores como los recicladores y que los nuevos parias entre los parias son los cartoneros y chicos de la calle; pero pensar que haciendo libros les vamos a dar un futuro mejor, es una quimera. Sólo buscamos democratizar el acceso al libro y difundir literatura.” Castro Aruzamen reconoce que la relación con sus pares de Yerba Mala es conflictiva. “Ellos defienden abiertamente el proyecto de Evo Morales, y buscan una estética afincada en la literatura de cuño indigenista, marginal, contracultural y todas esas vainas que andan de moda hoy con los populismos.”

Castillos en el aire

El efecto “contagio cartonero” llegó a México, más precisamente a Cuernavaca. La Cartonera acaba de lanzar en febrero sus dos primeros títulos: El silencio de los sueños abandonados, una colección de canciones y un disco compacto de Kristos, y Cristo en Cuernavaca, un relato del escritor norteamericano Howard Fast. Raúl Silva, uno de los fundadores, cuenta que el proyecto ha despertado el interés de los medios de comunicación. “El mercado editorial es un eslabón más de una concepción del mundo basada en el consumo y el desecho. Vivimos dentro de una enorme maquinaria que no se detiene ni se detendrá –alerta Silva–. El vértigo de lo masivo y del éxito es una enfermedad que parece incurable. Por eso estimula pensar y saber que, al margen de esos enormes monstruos editoriales, existen gestos que consisten en construir castillos en el aire.” La Cartonera busca publicar a escritoras y escritoras de la ciudad de Cuernavaca, pero también a autores de otras partes. “Los caminos de la literatura son infinitos. El aporte de las editoriales cartoneras no se puede medir con instrumentos de la mercadotecnia. Su existencia es demasiado silvestre, por suerte. Basta ver las portadas de Eloísa o las de Sarita para entender que no sólo es un acto literario lo que propagan estos proyectos sino también un recorrido museográfico”, plantea Silva.

Fuente Página 12

eloísa cartonera



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mi primera peña