lunes, 31 de mayo de 2010

El viaje


Buenos Aires, Argentina-Hay viajes y hay viajes. Unos de pura exploración geográfica, espiritual o visceral. Unos para conocer gente nueva y degustar sabores. Unos de negocios y otros de estudios. Algunos, para ayudar y brindar consuelo. Otros, para visitar museos y nutrirse de los movimientos culturales. Diría yo, que en todos ocurre algo de esto, en distinta medida, claro. Pero más o menos hay viajes, que una intuye su propósito momentos antes de subirse al avión o de camino al sitio. O sea, que esos propósitos y esas intenciones se van estableciendo desde antes. Para bien o para mal. Claro, el viaje también se define en el camino, mientras todas las fichas van cayendo y se va construyendo “algo” que luego será memoria. En cómo se percibe el viaje es el tema que me mueve ahora. Porque esa ‘mirada’ que le doy a lo vivido, es lo que en última instancia me llevo como recuerdo.

Mi segundo viaje a Argentina tenía como meta cerrar círculos. Así lo repetí en varias ocasiones cuando me preparaba para atravesar los Andes. Sin saber bien lo que conllevaría, me encaminé al sur a sanar algo que todavía, me latía adentro.

Tenía en mente, visitar los mismos lugares que ya conocía, ver a personas con las que establecí vínculos y hacer rituales de cierre, en algunos casos. En otros, retomar lo vivido o simplemente, volver a descubrir a gente que no logré conocer bien la primera ocasión.

Cuando regresé a Puerto Rico en diciembre del 2008, luego de vivir un año en Buenos Aires, siempre pensé que volvería al sur en unos meses. Pero no fue así. Los múltiples trabajos, las heridas que me había dejado la experiencia y mis raíces en Puerto Rico me impidieron regresar. Y cuando digo heridas, lo digo en buenos términos. Hay situaciones que te lastiman sin querer, pero que una necesita tiempo para sanar y dejar que todo se acomode.

No regresé a Buenos Aires como había planificado. Por eso, tenía un capítulo inconcluso que debía terminar. Así me lo recordó en varias ocasiones me querida amiga Mónica, que me repetía hasta la saciedad, lo importante de regresar al sur y cerrar, cerrar, cerrar. Por eso un año y medio después, hice este viaje tan particular.

Llegué el 6 de mayo del 2010, con poco tiempo de planificarlo, con algunas mudas de ropa para el clima frío, muchas ganas de concluir cosas y sin tener muy claro dónde alojarme. Acababa de llegar de Nueva York y mis compromisos de trabajo me mantuvieron bastante a "full" las semanas antes. El caso es que a las 10:00 de la mañana de ese jueves frío, estaba pisando el Aeropuerto Ezeiza junto a mi compatriota Claribel Medina, que llegaba desde Miami con su mamá.

Esperé una hora por una amiga que me iría a buscar, y por falta de comunicación o cualquier otro contratiempo, no llegó. Me subí a la guagua 8 y me dirigí a la ciudad, sin una Guía T (el librito que marca las rutas de los colectivos) para llegar a mi destino. Intenté verlo todo desde el ojo nuevo y maduro, que aunque parece una afirmación contradictoria, no lo es. Me interesaba observar ángulos nuevos de un escenario ya conocido. El colectivo 8 no era nuevo, ya lo había tomado cuando llegué de Sao Paolo en enero del 2008.

Subí con mi maleta y mis dos bultos de mano y me senté cansada a mirar el paisaje porteño. Miles de hojas amarillas y chinitas llenaban las aceras con texturas secas. El vocabulario porteño activó la cajita de recuerdos. “Piola, chanta, capo, cargando, morfaba, tarado, che...”. Pasamos los barrios en las afueras de la ciudad y una vez entramos al casco urbano, comencé a reconocer avenidas. La primera fue Rivadavia, la misma que había transitado con mi amiga Liliana y que me encantaba por las inmensas bolsas de retazos de tela que tiraban a la calle las tiendas de textiles. Fui apuntando los nombres de todas las bandas de rock grafiteadas en las paredes de negocios y casas. Algunos nombres eran realmente creativos: "Poetas de nadie", "Pena de rock", "Hijos de Babel", "La Complicada Hacha Brava", "La juerga rock", "Subconsciente villano".

La guagua viró por la Avenida La Plata y de inmediato supe que estaba cerca del barrio Pompeya, mi destino final. Sin pensarlo mucho, me bajé en la proxima parada y comencé a caminar hasta el cruce de la avenida para tomar el 15. Esa guagua era imposible de olvidar. Subí y bajé esa avenida tantas veces en el 15, que hasta imaginé hacerle un homenaje a esa ruta larga que agarraba todo el tiempo entre Palermo y Pompeya.

Poco a poco, se me fueron mezclando los recuerdos con la realidad. Se me juntaron. Y sentía como si no me hubiera ido. Una sensación rara. Era como darle "play" a una peli conocida, en la que yo era la protagonista, claro. Sin saber muy bien, si la peli era una comedia, un drama o era de misterio. Já.

Y las baldosas grises y rotas de la ciudad me fueron activando en el recuerdo tantas caminatas solitarias que di por esas calles. Comenzaba un viaje importante. Lo sabía, pero no tenía idea por dónde se moverían mis recuerdos y tantos hilos sueltos. Definitivamente este viaje a Buenos Aires no tenía el glamour de mis visitas a las grandes ciudades, como Nueva York o París, que me han dejado con sed de cultura y arte. O el viaje a Haití, donde reconocí mis raíces caribeñas entre los escombros de un Puerto Príncipe que sobrevive. El viaje a Buenos Aires era otra cosa. Era un viaje duro y muy íntimo, como la ciudad misma. Un viaje a las zonas grises. A lo difuso. A un plano, que todavía estoy entendiendo mientras escribo.

Nace Nube Prieta










Buenos Aires, Argentina- Hace mucho tiempo vengo imaginando muñecas y personajes artesanales que acompañen mis cuentos y mis talleres. A l@s chiquit@s les encantan y son divertidos a la hora de construir. En un viaje a París, compré una serpiente de trapo en un mercado artesanal. La bauticé “Benito” y nació de un dibujo que hice en el 2002.

Inicialmente Benito era una lombriz. Pero cuando la compré en el mercado parisino, lo que encontré era una serpiente azul. Así que “Benito, la lombriz” se convirtió en “Benito, la serpiente”.

Después de “Benito”, llegó “Sky”. Un muñequito que le compré a mi amiga Cristina en su negocio de Guajataca en Quebradillas. “Sky” lo bautizó el fotógrafo Esteban Robledo, quien me acompañó ese finde a visitar a Cristina y su amor, en una casa ecológica en las montañas de la costa norte de Puerto Rico. Le puso “Sky” por su color azul cielo. Y lo acurruqué con cariño, porque llegó a mi vida mientras me sanaba del desamor.

Un año más tarde, cuando fui con Tati al “babyshower” de Cristina, me regaló a “Petra”. Otra serpiente de trapo de lunares azules y lengua roja, que se convirtió en la amiga inseparable de “Benito”. Con ambos he ofrecido talleres de escritura creativa en Puerto Rico y Argentina. Los muñecos han sido ideales para cautivar la atención de l@s pequeñ@s. Hasta han escrito cuentos y dibujos de ellos.

Cuando fui a Puerto Príncipe en febrero pasado, sentí que debía retomar el tema de los juguetes, especialmente por la falta de diversión y actividades lúdicas para la población infantil. Llegué a Puerto Rico con retazos de telas, latas mohosas, bolsitas para beber agua que encontré en las calles de Haití. Tan pronto le mostré todo a mi amiga Ro y le comenté de mi intención de hacer juguetes de la basura, me habló de hacer muñecas.

Es increíble cómo se van articulando los deseos y los proyectos. Unas semanas más tarde, vi las muñecas de Manuela García Silva en Facebook y en menos de dos meses estaba caminando por las calles de Morón en Buenos Aires, para visitarla y conocer sus hermosas creaciones en "vivo y en directo".

Llevé un trajecito de los años 40, original de mi madre. La idea era vestir la muñeca, similar a como vestía mi mamá, inspiración principal del personaje "Nube Prieta". Así nació la muñeca en tela de mi nuevo cuento infantil, que publico el próximo 3 de julio en Puerto Rico.

Y con Nube Prieta, nacerán muchas más. Porque ahora, viene en camino mi máquina de coser. Todo esto, sin olvidar que mis amigos de Eloísa Cartonera, en el barrio de La Boca, construyen muñecas que venden con libros. Muñecas, muñecos, personajes de trapo que toman forma y complementan la palabra, los mundos imaginados y las tramas.

no extrañes nada de nada



Mariana y yo nos gozamos el mensaje que me llega de mi amigo Juanito Alvarez O'Neill:
"no extrañes nada de nada , disfruta a plenitud el presente que es lo UNICO que tenemos 'de a verdad' , entregate y abandonate sin reparos al AHORA , que es el UNICO lugar donde la VIDA se esta dando ; el mundo es tu cuerpo , tu mente es la vida viva y tu espiritu el disfrutador del zumo ; no hay ni existe mejor sitio y lugar para estar que el presente que vive el cuerpo-mente y no hay mejor manera y modo de disfrutarlo que desde la altura y profundidad que el espiritu (aliento) sea capaz de lograr ....... VIVA EROS !!!!!!"

Las horas que vuelan











25 mayo 2010

Buenos Aires, Argentina-En pleno bicentenario de Argentina - el histórico 25 de mayo de 2010- Adri y yo hicimos la limpieza esperada de mi viejo hogar. Mientras millones de personas se daban cita en el centro de Buenos Aires para festejar con sus artistas, líderes cívicos y políticos, Adri y yo nos fuimos a la calle Uspallata del barrio Pompeya a tirar a la basura varias cajas inservibles, bolsas con retazos de tela, papeles, revistas y periódicos viejos.

Había esperado un año y medio para hacerlo. Y aunque me lamenté de perder esos festejos, fue el momento justo para limpiar. Adri se ofreció a ayudarme y fue lo mejor que pudo haber pasado. Entre risas, un poco de nostalgia y dolor de panza de mi parte, completamos la faena en par de horas. Una vez salimos de esa “carga”, nos fuimos con todas mis maletas y alguna bolsas a almorzar a la fonda de la esquina.

Regresé a mi apartamento en Palermo y de ahí cruzamos el centro de Buenos Aires hasta llegar a su casa. Gufeábamos diciendo que “lo mejor del bicentenario” era que las guaguas eran gratis. Así tomamos la guagua 15 en dos ocasiones y luego otra, que no recuerdo el número.

En el camino a su casa en Saavedra, Adri me habló de un proyecto ambiental que diseña, en el que utilizará “ecoladrillos” para constuir un comedor comunitario. Los "ecoladrillos" son botellas de plástico PET que se rellenan manualmente con desechos recuperados, como son las etiquetas y envolturas de plásticos. Al completar las botellas, se utilizan en construcciones de escuelas o edificaciones modestas. Así lo están haciendo en una comunidad en Guatemala, según me comentó Adri. Cosa que luego pude comprobar en la página del grupo Pura Vida: http://www.puravidaatitlan.org/index.html

Su idea es reproducir ese modelo y crear un comedor comunitario muy especial en la Villa 31 de Buenos Aires. Una de sus aportaciones importantes al proyecto, es proponer un menú y un huerto casero, según su experiencia como estudiante de gastronomía en una escuela porteña. Adri compartía sus ideas con tanta pasión, que por poco se nos pasa la parada de su casa.

Ya en su barrio, el tiempo voló. Hablamos de reciclaje, autogestión, plástico, gastronomía, artesanías, origami, papel reciclado, viajes, muñecas, del libro infantil “Alicia en el pais de las delicias” ilustrado por una amiga colombiana y en menos de lo que me di cuenta, era hora de regresar.

Guada llegó justo para la cena, luego de un día intenso “laburando” en El Abasto como princesa persa. Quedaba el postre de manzana y el té. Nos reímos un rato y sin darme cuenta, ya estaba de vuelta en mi apartamento de Palermo, completando otro día en Baires. Solo me quedaban dos días para regresar a Puerto Rico y un caudal de información y de descubrimientos seguía apareciendo. Así son los buenos amigos y los viajes entrañables, cajas de Pandora que se abren de a poco y el tiempo no alcanza para degustar todo lo que traen.

Entre Ríos











24 de mayo 2010

Entre Ríos, Argentina-Fue mi carácter impulsivo lo que me llevó a Entre Ríos. Todavía con la panza adolorida y con el cuerpo débil, me fui con Mariana a las aguas termales de Federación. Acababa de llegar de casa de X y apenas tenía fuerzas para caminar. Pero Mariana me insistió tres veces y bueno, mi espíritu aventurero pudo más que mi sentido común. Quince minutos de siesta y listo.

El tío de Mariana, Juan Carlos y su esposa Elsa, fueron nuestros anfitriones ese fin de semana. Su ‘motorhome’ sería nuestro espacio común, por los próximos días y por los próximos 500 kilómetros. Llegamos a su quinta en Rodríguez, a unos 45 minutos de Buenos Aires, comimos algo liviano y ese viernes partimos de noche a Entre Ríos, una provincia al norte de la capital. Juan Carlos, un policía federal con más de 40 años de experiencia manejando por las autopistas argentinas, fue nuestro guía y hasta cierto punto, nuestra conciencia.

Puso horarios a todas nuestras actividades, planificó las horas de llegada y de partida, hizo una dieta especial para mí, y luego, otra para Mariana, cuando se enfermó al final del viaje. Funcionó casi como nuestro papá con una disciplina impecable. JA! Fue bueno, especialmente porque nos hizo reír por sus continuas instrucciones a Elsa que nos atendía al segundo y porque detrás de todas sus medidas había un gran deseo de que tod@s estuviéramos a gusto, en orden y sanas.

Desde que llegamos a Federación y vimos a la gente caminando a las termas con batas blancas, tuvimos la sensación de que estábamos en un gran retiro espiritual. La gente caminaba por el pueblo en chanclas, con sus batitas de baño amarradas a la cintura y completamente despreocupados de quién los miraba. Muy distinto al agite habitual de Baires.

Una tarde, comimos en una mesita desplegable ubicada frente a la “motorhome” de Juan Carlos y Elsa. Sentados en sillitas de plástico tomamos el sol de la tarde, como si fuera el mismísimo verano. Pero en pleno otoño. Lejos de las temperaturas gélidas de Buenos Aires. La sencillez de esos días, nos fueron desintoxicando del estrés que cargábamos de “la ciudad de la furia”.

Fue sencillo lo que vivimos allí. Salimos a comer par de ocasiones, bailamos salsa, chacarera y un poco de zamba. Fuimos a las tienditas de artesanía del lugar. Nos reímos hasta la saciedad de las cosas más bobas. Dormimos, nos hicimos fotos, tomamos litros y litros de té, medicamentos y cantamos daimoku. Y claro, nos bañamos en las termas calientes.

Mariana agarró una gripe que tuvo que tratar con infusiones de eucalipto en la habitación del hotel. No hubo mucho más. Pero lo que sí, respiramos paz. Cada día nos despertábamos con el sonido de los pajaritos y no hicimos otra cosa que descansar.Y eso, en definitiva genera fuerzas para seguir, construir y transformar.

La última noche en Federación conocí a C. El chico resultó tener un hambre espiritual atroz. Me hizo el favor de llevarme a un cajero automático en el pueblo y en el camino me habló de sus búsquedas y sus desencuentros con un monje budista que acababa de conocer en Córdoba. “Viajé cientos de kilómetros para sentir su energía y cuando llegué no quiso que le hicieran preguntas. Me di cuenta que no era lo que buscaba”, me dijo decepcionado. C no paraba de hablar de las energías de la gente y los espacios, de las propiedades sanadoras de las aguas termales, de que había dejado Buenos Aires para vivir sus días más tranquilo buscando los secretos de la longetividad. Me confesó que estaba escribiendo un libro, de cómo sobrevivir en las grandes ciudades y mantener la paz.

C es un hombre guapo. Es esbelto, de pelo marrón, facciones varoniles y con ojos grandes muy despiertos, como si por ahí fuera absorbiendo todo eso que anda buscando. El definió nuestro encuentro como una “sincronicidad” y cuando regresé a Buenos Aires, me envió un correo electrónico para volvernos a encontrar. No pudimos, pero quién sabe si será la próxima.

Lo importante fueron las cosas que viví en ese pueblito. La noche antes de regresar, me dio un ataque de pánico durmiendo. Una pesadilla me sacó de la cama y me dejó sin respiración. En el sueño, vi con claridad la mala intención de dos personas que conocía en Baires. Resultó revelador y triste despertarme de esa manera. Encendí la luz del cuarto para pedirle ayuda a Mariana, pero no la desperté. Hacía mucho tiempo que no me daba un ataque de pánico. La última vez, creo que fue hace como 3 años cuando vivía en el condominio El Monte en Hato Rey y mis vecinos me asistieron de madrugada. Tenía el ritmo del corazón acelerado y el sentido auditivo hipersensible, pero no pasó de eso. Luego de unas respiraciones profundas, la sensación desapareció y volví a la cama.

Al otro día, mientras tomaba un masaje y un facial con una señora rusa, me explicó que las aguas termales de Federación suelen movilizar muchas energías. Y que posiblemente sus propiedades altas en Radón 222, me habían desencadenado el malestar. Apretó con fuerza en el medio de mi pecho y según ella, el dolor que sentía era sinónimo de la angustia que cargaba. Parece que lo que tenía atascado en el pecho era una cosa seria, porque me dolía mucho.

Apretó fuerte y movió sus manos en círculo, como disolviendo algo que tenía metido entre la piel y el aire. No sé qué hizo, pero cuando terminó el masaje, ya no me dolía tanto. Me quedaba la sensación de que habían extirpado algo del centro del corazón. Imaginaba las caras de esas dos personas y soltaba el peso de cualquier malentendido o sinsabor.

Cuando nos fuimos de Federación y paramos en una fábrica de miel en la ruta, me sentía liviana. Como si esos días allí y el masaje de la rusa, me hubieran recordado la importancia del descanso, la disciplina, la nutrición balanceada, la buena compañía y la tranquilidad.

Las hojas anaranjadas de la granja me hicieron pensar en mis viajes a Nuevo México, Colorado y Carolina del Norte, especialmente al festival cultural “Leaf: Lake Eden Arts Festival”, que visité con Rosario en octubre del 2001.

Ese viaje a Ashville, Carolina del Norte, me dejó un recuerdo memorable que relaciono con el otoño y el cambio de hojas. En un baño de ese bosque gringo recuerdo haber visto una foto que todavía rememoro. Era la imagen de varias personas, al parecer amigos, acostados en forma de círculo en el suelo de un bosque y mirando sonrientes al lente de la cámara. Recuerdo la sensación placentera que sentí cuando vi esa imagen.

El marco tenía trozos de hojas incrustados en la superficie. Como los papeles hechos a mano, en los que resaltan las texturas de tallos, hojas y flores. En la foto, todos se veían felices. Miraba esa imagen, minutos antes de meterme a la ducha con quien fuera mi amor en ese entonces. Un percusionista italiano que se desvivía por mí. Varios rayos de luz entraban por la ventana del baño. Era una tarde hermosa y mirar esa foto me hizo imaginar una vida feliz junto a gente querida.

El caso es que cuando llegué a la granja de miel en Federación, pensé todo eso. Otra vez las hojas cambiando de color y dando paso a algo nuevo. Esos colores vegetales me llevaron directamente al bosque de Ashville estando en Argentina. Sentí esa sensación del viento liviano, de los espacios abiertos, llenos de aire y fluidez. Lo mismo que venía buscando yo.

urgencias










1:00 p.m.

jueves 20 de mayo 2010

Buenos Aires, Argentina-Camino por el cementerio de Recoleta y siento un viento frío que me congela los cachetes y los huesos. Parece como si los espíritus de los muertos salieran a saludar. Hay tumbas con puertas medio abiertas, estatuas con caras de hastío, sepultureros con rostros grises que fuman como chimeneas. Luego de pasar varios pasillos de tumbas en mármol negro, mármol gris, mármol blanco, me comienza a aburrir la arquitectura casi perfecta de los pasillos colmados de epitafios desconocidos y angelitos cansados. Parece una pequeña ciudad, ordenada por jurisdicciones y estratas.

Un retorsijón estomacal me hace temblar las piernas. Inés se da cuenta que no tengo buena cara y parece intuir que algo anda mal. "Cuando quieras nos vamos", me dice. Visitamos la tumba de Evita, ubicada entre unos pasillos comunes del centro del cementerio. Y en menos de 20 minutos, estamos en un taxi de camino al Hospital Rivadavia, a unas cuadras de allí.

Mi estómago y todos los intestinos parecen que van a explotar. Entro corriendo a un baño del hospital y mi estómago se vacía de un tirón. Termino en una camilla tiritando y con unas naúseas terribles. Una médica de 31 años me ve y junto al equipo del hospital, me diagnostican Salmonella. Me dejan en observación varias horas en lo que mi cuerpo agarra fuerzas. De solo pensar en la mayonesa casera que me comí el lunes, todo mi sistema se contrae. Vomito todo en un pequeño zafacón al lado de la camilla. Se va la comida de la noche anterior, y el desayuno de tres medialunas con café y jugo de china. No tengo fuerzas.

Los escalofríos y las contracciones del estómago me hacen recordar mi episodio en Arequipa, Perú, hace varios años, cuando me dio el "mal de altura". Allá entre las montañas peruanas, me dio un ataque de pánico, me quede sin aire y terminé en un hospital indígena con Yuri, un guía turístico, que me agarró la mano por horas.

Ahora, estoy en medio de "la ciudad de la furia", con un frío terrible, enrroscada en posición fetal y rezando para que ninguna bacteria porteña, le de con alojarse en mi cuerpo. Pienso en mi amigo Rafa Lama, que se infectó con una bacteria en un viaje a España y lo mantuvo en un estado de peligro por meses. Estoy asustada, sin fuerzas, con el crédito del celular vencido y muerta de sed. Luego de 4 visitas al baño y vómitos por varios minutos, me inyectan un medicamento en "la cola" y comienzo a recobrar el ritmo de mi respiración. Inés, entra y sale del pequeño lugar, para conseguirme Gatorade y reactivarme el celular. La llaman y tiene que regresar a su casa. Me quedo sola varias horas, en lo que aparece alguien que me ayude a salir de allí.

Acostada sobre la camilla y tratando de calentarme las manos entre las piernas, pienso en fotografiar la escena. Algo. Un trozo. Documentar el momento. Y me faltan ganas. ¿Realmente quiero recordar este momento? ¿Será una parte memorable de este viaje? Miro una arruga en mi corduroy verde que dibuja la cara de un viejito bonachón que me mira en silencio. Me concentro en imaginarme la carita de ese don buena gente, que me acompaña en esa sala de emergencias.

Minutos más tarde, R contesta mi mensajito de texto y me viene a buscar al hospital. Es mi salvación en medio de esta urgencia. Mariana, está de guardia y no puede salir del hospital. Mi amigo me busca frente a la puerta de urgencias, me lleva a su casa, me alimenta y me arropa. Esa noche me hace olvidar que mi casa está a miles de millas de Buenos Aires.Vemos "Luna de avellaneda" y comemos empanadas de pollo con arroz blanco. Esa noche recuerdo un sueño que tuve en marzo con R.

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6:54 a.m.

miercoles 3 de marzo 2010

Trujillo Alto, Puerto Rico

Tuve un sueño muy intenso contigo. Impresionante. Estabas enfermo, muy enfermo. Y llegué a tu casa de sorpresa y te encontré en la cama sin mucha fuerza. Tenías muchas medicinas en todas las mesitas del cuarto y aparatos para inhalar que tomaban mucho espacio. Llegué con algunas de las doctoras y enfermeras que fueron conmigo a la misión en Haití. Eramos como 4, hasta mi madre estaba. Y nos encargamos de cuidarte. Sudabas mucho y escupías algo negro, como de las vísceras. No parabas de escupir. No me querías decir qué tenías. Solo me pedías perdón, porque me habías mentido por mucho tiempo. Sabías de la enfermedad y nunca me dijiste. No sabía cómo ayudarte. Solo te abracé largo y me encargué de darte las medicinas. Me abrazaste muy fuerte y nos quedamos en la cama un rato, arropados. Pero me dijiste que tu enfermad era contagiosa. No me importó. Te sequé el sudor y me quedé contigo. Tenías un recorte distinto. Casi sin pelo. Afeitado. Te veías hermoso, igual a mi recuerdo. No se como salí del sueño, pero recuerdo que estando en él, sabía que soñaba y que era real. Tan real, como despertarme ahora y escribírtelo. R, te mando todas mis oraciones hoy. Aunque sea un sueño, me sufrí las imágenes. Te quiero mucho Tío R, aunque parezca una invención de la distancia. Te abrazo desde acá y si por alguna razón de la vida te sientes mal, avísame, que con gusto te cuido. Más ahora que tengo casi el título de enfermera de misión. Ja! Un beso en la barriga.

Glo

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Urgencias. Pienso en esa palabra y algo me resuena por dentro. Algo urgente nos tocaba mirar. Yo enferma en tu casa y tu cuidándome. Tú enfermo cuatro días más tarde y sin querer que te mimen. Urgencias distintas y mutuas.

miércoles, 19 de mayo de 2010

de lo cotidiano


10:20 p.m.

19 de mayo 2010

Buenos Aires, Argentina-Salgo a comprar raviolis con pollo y verdura al colmado de la esquina de casa de Mariana. Doy vueltas por el pequeño supermercado del barrio y me maravillo con las cositas que me puedo llevar para casa. Harina para ñoquis, galletitas de frutas divinas, la harina de arroz que me pidió Jacqui, el detergente Skip que usa Mariana para lavar la ropa y huele tan rico. Miro, remiro, doy vueltas. El supermercado Eki solo tiene tres góndolas. Una para los productos de limpieza y los congelados, otra para las harinas, galletitas, mate, café y otra, para los vinos, refrescos y jugos. Al final los "frizers" con productos lácteos. Creo, que no más. Cuando voy a pagar, me preguntan si quiero bolsa. Recuerdo que la bolsa plástica acá la cobran. Así que digo que no. Aparte, aquí el lío del menudo es tal, que prefiero ahorrarme cualquier moneda en una bolsa. Total, estoy a solo unos pasos del apartamento de Mariana.

Salgo con la cajita de raviolis y con un sobrecito de queso rallado en la mano. Camino por la vereda pensando qué pasaría si cobraran la bolsa del supermercado en Puerto Rico. ¿Obligarían a la gente a reusar bolsas? ¿Sería una medida que ayudaría a la conciencia ambiental? O, la gente volcaría toda su rabia contra las cadenas de supermercado? No sé, sigo caminando.

Cruzo la pequeña calle frente al Eki, y tengo cuidado con el ciclista y la guagua que viene a toda marcha. Camino por un sitio oscuro, cerca de un árbol. Y cuando me subo a la acera, un hombre con tres perros aguardan silenciosos en la oscuridad. No se mueven. Me asusto. Pero sigo el paso. Es tarde, pero la calle está viva. Aquí la extraña soy yo, aunque no abra la boca ni me sientan mi acento boricua.

El viejo con sus perros callados me devuelven a la realidad. Voy mirando las baldosas hechas cantos en la oscuridad y dejo pasar un hombre que viene detrás mío y arrastra una pierna. Me quedo pensando en estas calles oscuras, en las sombras que salen de los departamentos con toda naturalidad, en el mundo a pie que en Puerto Rico no se puede vivir.

Veo esta caminata en blanco y negro. Casi me parece una postal, una escena de alguna época pasada. Lo veo todo en silencio y me descubro lejana, viendo todo en tercera persona. Como si la calle, fuera una territorio aparte de mi realidad. Aquí y lejos. Descubriendo que esta cotidianidad que viví hace casi un año y medio, no es parte de mi vocabulario habitual. Veo en la distancia y se siente bien, mirar, alejarse y volverme a encontrar.

Nota aclaratoria: Me asegura mi amigo Pablo Parsi, que en el supermercado Eki es donde único cobran las bolsas.

lunes, 17 de mayo de 2010

Eloísa Cartonera: donde nacen las ideas


















11:53 p.m.
1 de junio 2010

Buenos Aires, Argentina- No recuerdo bien cuándo ni cómo me enamoré perdidamente del cartón. Sé que desde hace mucho lo vengo mirando con ojos distintos. Creo que fue un libro que me prestó la productora boricua Caridad Sorondo hecho por el Taller Leñateros (http://www.tallerlenateros.com/ ) en Chiapas, México. Ese libro me cautivó por su textura. Era cuadrado, fibroso y pesado. Lo más hermoso, tenía una cara modelada en papel en su portada. Hecho a mano y perfumado con flores, recopilaba la poesía oral y los dibujos de las mujeres de la comunidad. Un libro exquisito. Creo que desde esa ocasión, soñé con crear libros artesanales.

Años más tarde, mientras vivía en Buenos Aires, Argentina, conocí el trabajo de la editorial Eloísa Cartonera (http://www.eloisacartonera.com.ar/) . Una cooperativa que produce libros de cartón con portadas pintorreteadas a mano y con escritos de toda Latinoamérica. Washington Cucurto, su fundador, fue el primero que conocí del grupo.

Este poeta, narrador y editor argentino se caracteriza por crear literatura con personajes que viven en el corazón de las comunidades porteñas. Pura marginalidad, ("La máquina de hacer paraguayitos" , "Cosa de negros", "El curandero del amor", "Veinte pungas contra un pasajero"). Retrata lo que pocas veces cuentan los medios oficiales de su país.

En el 2008 colaboré con Eloísa Cartonera y un proyecto con niños y niñas en el barrio de Barracas en Buenos Aires. Era un proyecto de teatro que había iniciado Melisa Barillaro y Mariana "Wichi" Salinas en la Escuela 12 Horacio Quiroga. Yo le añadí los ejercicios de escritura creativa y la idea de producir un libro junto al equipo de la Carto. Así nació “Nuestras historias fantásticas”, un libro de unas 46 páginas con cuentos, haikus, dibujos, textos dramáticos y una fotonovela creada por l@s chic@s.

Luego de la experiencia, me enamoré tanto del cartón, los barrios y las editoriales independientes, que reproduje varios talleres similares en Puerto Rico y Haití. Con todas esas memorias, regresé hace unas semanas a La Boca, Buenos Aires con la idea de colaborar con ellos en el proyecto que comencé en Puerto Príncipe, Haití, en febrero de este año, Misyon Lanmou (http://misyonlanmou.wordpress.com/)

Fue tanta la alegría de verlos, que sentí que podía quedarme allí trabajando meses. En la editorial, el espíritu “buena vibra” sigue intacto. Ricardo, Ale y la Osa tan queridos como siempre. Y los libros, igualmente pintorreteados y llenos de amor, como cuando los conocí hace un año y medio. El local ya no está en la cuadra que le sigue a la inmensa cancha La Bombonera en La Boca, ahora estrenan espacio en el 666 de Aristóbulo del Valle. Muy cerquita.

Lo que sí, ahora tienen nuevas inquilinas. La Osa comenzó a hacer muñecas sin mucho afán, y ahora se las compran por docenas. Allí se encontraba haciéndolas para una escritora inglesa que escribió un cuento sobre Haití. Pura sincronicidad. Mi idea desde hace meses, ha sido construir muñecas en Haití, precisamente en talleres de arte con l@s chiquit@s y las mujeres de los barrios. Otra razón para enamorarme más de las iniciativas en la Carto.

Estuve dos tardes allí, cantando, bailando, pintando y cosiendo muñecas con ell@s y con varias niñas del barrio. Allí tomé el mejor mate de mi viaje, volví a ver los libros de cartón que tanto amo, conocí al escritor Marcelo Guerrieri (http://www.marceloguerrieri.blogspot.com/), que ofrece talleres de cuentos y relatos en los bares de la ciudad, reviví mi pasión por la autogestión y el quehacer cultural. Entre retazos de tela, pinturas y chic@s que entraban y salían del pequeño local, celebré mis 40.

Les prometí regresar. Pero enfermé con Salmonella y no pude. Me quedé con las ganas. Muchas ganas. Definitivamente fue uno de los lugares que más me disfruté de mi segundo viaje a Argentina. Ahora me propongo establecer esa conexión que reta la distancia y el tiempo. Desde el Caribe directamente hasta el legendario barrio de La Boca.

La literatura y el cartón nos unió. Y nos seguirá uniendo. Me da con pensar, que tal vez por eso fue que me enamoré de ese libro mexicano hace un tiempo. Estoy segura que fue la nobleza de su tapa lo que más me cautivó, la belleza del trabajo hecho a mano, la sencillez pura, los relatos populares de su gente. Ese mismo sentimiento es el que percibo cuando llego a la Carto, el lugar donde nacen las ideas y se comparte con amigos. Que dicha crear libros, historias y objetos desde ahí. En ese espacio vuelve a nacerme un sueño, que poco a poco tomará forma. Y que podré multiplicarlo y compartirlo con otr@s, acá, allá, dondequiera.

Reencuentros y memorias









17 de mayo de 2010
9:08 p.m.

Buenos Aires, Argentina-Hay algo de los recuerdos que me tiene atenta. He descubierto que mis recuerdos de la gente y los espacios en Buenos Aires son gigantes. Veo a gente y las descubro más pequeñitas que en mi memoria. Me pasó con Ricky, Mara, Melisa, Mariana. Y también me pasó con algunos espacios, que me parecieron minúsculos.

A Melisa la vi más pequeña de lo que la imaginaba, igual la cama de su cuarto. A Ricky me llamó la atención el tamaño de sus manos y luego, todo su cuerpo. En persona es mucho más menudo que en mi recuerdo y mis fotos. Ya cuando vi a Mariana y a Mara, poco me impresionó el tema, poque ya llevaba días viéndolo todo más pequeño.

Lo más que me llamó la atención fue la mesa de la casa de Mariana, donde comimos tantas veces y organizamos las cenas más divertidas. Chiquita, comparada a mi recuerdo. Me pregunto, ¿cómo se infla una imagen en la mente? ¿Serán las ganas? ¿Las emociones que una le pone? O simplemente, es una distorsión normal que da el tiempo y la distancia.

Ahora intento mantener los ojos bien abiertos, para ser justa con las medidas. Ver las proporciones tal como son. Ja.. Digo, ¿como si de algo sirviera? Para qué es importante el tamaño de lo recuerdos. No sé. Pero al menos, así no me siento como Alicia en el país de las maravillas, cuando llega a esa tierra y todo es pequeño o grande, después de caer por el hueco del árbol.

Pompeya