domingo, 19 de octubre de 2008

Eva urbana





Dejo que la manzana de Adán me lleve. Soy la tentación. Soy una Eva de ciudad, que se desnuda ante la provocación de unos besos dulces, completos, desmesurados en las comisuras de los labios. Y un poco más abajo. El mentón.Que hasta allá abajo no llega rápido. Soy una Eva urbana, pero todavía guardo códigos, algunos, de la retaguardia más extraña. Creo, intento, intuyo que me protejo de algún naúfrago con ojos inundados de desamor, que me puede llevar a un fondo. O soy yo, la que ya estoy en el fondo y necesito una boca suculenta para salir a flote, para sentir que no me hundo. Estoy hundida. Desaparecen los besos, los abrazos seguros, asegurados, perturbados, no sé, los abrazos de piel adentro y creo que algo adentro se comienza a hundir. Como si ya estuviera un abismo abierto, como cuando se prenden de un barco pirata los polizontes que vienen a atracar a puertos lejanos.

Puede que sea un barco pirata roído por el tiempo, por los vientos de tormenta que pasaron por el Caribe y que dejaron con algún lenguetazo de huracán, sal del fondo marino. Mis tablas, mis maderas suenan como las mecedoras más viejas de una mujer solitaria. Mi barco parece que se hunde, pero no se hunde. Es un romanticismo raro verlo moverse entre las olas, levantarse adentro en la marea como un barco con experiencia por tantas vueltas.

Me vuelvo a meter a las profundidades. He visto sirenas, lobos marinos, he visto piratas, pirañas y hasta jirafas tuertas que descienden al fondo del océano y no vuelven jamás. He visto tantos barcos hundirse. O acaso fui yo el mismo barco, con diferentes destinos, que se fueron hundiendo poco a poco en el mismo lugar.

Hoy caminé por las calles de una ciudad semioscura. Los árboles tan altos como un abrazo fuerte a mi hermano. El lejos. Yo acá. Altos. Lejanos. Los árboles cómplices y celestes, dulces, cosquillosos. Me llenaron de aire el pelo y la camisita crema que me queda grande.

Caminar luego de la tristeza es hermoso. La tristeza se va acomodando en la piel como se acomoda la ropa lavada. Un sentimiento que se lava tan cerca de la piel. Como una piel muy larga, muy próxima al dolor, que comienza a caerse en trozos por la ruta. La piel es elástica y de cartón a la vez. Caminar doliendo, es caminar la vida. Es como atravesar por el medio del fuego y quemarte, pero disfrutar. La piel es inerte a ese fuego profundo. El fuego es alto.

Caminar con dolor es casi poesía. Un párrafo que se va acomodando a la calle solitaria. Un carro que pasa muy suave y no puedes percibir otra cosa que no sea el movimiento de lo ido. Caminar luego de la tristeza es caminar con la garganta en los zapatos. Estar descalza con las manos en los bolsillos y tener la dignidad de algo te duele, todo te duele. Duele. Y no mata. El dolor que no mata, ese dolor que se te mete por dentro y se transforma en pisadas sin rumbo. Pisadas nuevas, de bebe combatiente que sale al mar a buscar el nuevo puerto.

Es un barco pirata con la calavera al sol que te cruza el centro del estómago y te cuida, te lleva, te regodea en el nuevo mareo en altamar. Miro el horizonte y soy toda sonidos. Viento. Espuma.

Camino por calles casi desiertas y las siento habitadas. Como una ciudad a punto de explotar. Ya he explotado por dentro y lo que queda en la mirada son destellos, zonas radiantes como la cercanía al sol vivo Erupción de volcanes calladitos y potentes. Pero volcanes.

Miro. Tal vez, me miro en la palabra. Y me doy cuenta que mirar no es lo que busco. Es caminarme, como me camino en las calles. Es soltar, como me suelto en la tristeza. Es sonreír, sin mucha fe, solo la convicción de que respiro. Es innecesario buscar fe, palabras. Estoy viva y camino. Y eso para mí, es más fuerte, que cualquier oración. Acabo de salir de otro hundimiento. Vengo del mar, vengo de un viaje profundo a mi propio naufragio.

Soy Eva urbana. Eva de ciudad, que quiso pisar otra tierra para encontrar la poesía, mirar la linterna mágica en la pantalla de oro. Soy la Eva urbana que se quitó la falda de espejitos de la India y se soltó el pelo de sirena en la boca de un hombre. Soy esa. La misma que arranca manzanas, entrega pezones con leche, se retuerce ciega en callejones sin nombre y cree, espera, sueña con amanecer mil veces llena, perfumada del otro.

Soy errante, soy de trapo y sal. Soy un camino tan adentro y tan ruidoso. Me tiro a la calle y prefiero sentir el viento. Prefiero dejarlo ir. Otro nuevo puerto donde estoy, donde llegué, donde partí, donde sigo, seguiré, hasta que, hasta que, hasta que...


Buenos Aires 18 de octubre 2008

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