sábado, 2 de agosto de 2014

Vuelvo al cuerpo


Lima, Perú- Somos tres mujeres en un espacio casi cuadrado. Acabo de dejar el ajetreo de la calle. Ahora me sumerjo en un suelo acolchonado y rojo. Los zapatos afuera. En la avenida, los carros, el Metro y el viento frío. Acá adentro, un útero cálido. Nos preparamos para movernos hacia adentro, con una disciplina conocida como "danza íntima".

Urpi nos da las indicaciones con voz suave y clara. Paradas con los pies en paralelo nos conectamos a la tierra. El cuerpo, como montaña. Los pies nos sostienen desde abajo. Cierro los ojos con emoción. Centro mi energía en la planta de los pies y reconozco que estoy de vuelta a casa. Comienzo un viaje.

Es la primera vez que me siento tan conectada con Lima. Llevo cuatro semanas acá, pero volver al cuerpo, es volver a la raíz. Soy cuerpo/siento desde mi cuerpo/amo desde aquí.  Sacar este momento para escucharlo, es devolverle su espacio de poder.
  
Ese lugar de placer

Somos tres. Urpi, Lala y yo. Sé que estamos en el mismo cuarto, pero apenas las siento. Solo escucho la voz de Urpi que marca las pautas y de vez en cuando, veo a Lala con movimientos sutiles moviéndose cerca. Muevo hombros, manos, dedos. Encuentro ese lugar de placer en cada parte del cuerpo. Siento los espacios del cuerpo que me sostienen, las articulaciones que me ayudan a girar y balancearme. Urpi les llama "bisagritas". Y mientras lo dice, me veo llena de ellas. Soy una puerta con brazos. Una ventana con alas que abren y cierran.

Siento mi espina dorsal de arriba a abajo y soy serpiente. Me muevo por el suelo reconociendo mis espacios en la tierra. Suena el timbre, y llega Marité. No la veo. Pero siento su conversación chiquita antes de entrar a clase. Seguimos calentando el cuerpo, danzando con nosotras mismas. Suena el timbre, llega Natalia. Somos cinco. Completamos el grupo.

 En esta segunda parte de la danza, la energía es más fuerte. Con música de Julieta Venegas y Jorge Drexler comenzamos a movernos, tomando en cuenta, las articulaciones, el cuerpo como recipiente, los pies como sostén, los brazos como una sola unidad.

De pronto, la música me lleva a la tierra. Me veo sembrando flores sobre caminos. Bailo con los pies muy juntos y las manos hacen arcos pequeños sobre el suelo. Voy echando semillas y flores al aire. Siento que caen y retoñan de una vez. Ya no escucho la música, solo veo semillas y flores sobre una ruta larga, infinita.

Regresamos a la respiración y Urpi nos conecta en pareja por un hilo largo de coser. Debemos danzar sin romper el hilo que nos une de manos por los meñiques. Marité y yo danzamos varias canciones sin partirlo. Ella suave, yo tambor/energía. Ya en la tercera canción, parto el hilo sin querer.  Toda energía/puro gozo.

Luego de conectarnos con hilos entre dos, ahora nos conectamos las cuatro. Estamos amarradas a los meñiques. Los hilos no se ven de lejos y parecemos el cuadro "La danza" de Henry Matisse.
"La danza" (1909) de Henry Matisse
"La danza", (1909) de Henry Matisse
Damos vueltas, giramos por el suelo, nos movemos en pareja, en tríos, en cuatro. Nos conectamos con miradas, con brincos, con vueltas. Para terminar, bailamos sin hilo, pero imaginando que seguimos unidas. Es lindo lo que hemos logrado. Hacemos figuras redondas, conversaciones de cuerpos, brazos que hablan con dedos y tobillos. Han pasado casi dos horas. 

Siento mi energía moverse en calma, puedo distinguir la sutilidad de este útero urbano, la conexión con cuatro mujeres, su humanidad. Afuera sigue sonando la ciudad, allá lejos veo la prisa, el caminar violento, las caras serias, la timidez, la sospecha. Pero acá adentro, he comenzado a verme, a entender, a realmente mirar.  

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