lunes, 10 de mayo de 2010

A partir de ahora, la historia empieza

Vacío

El concepto de shunyata (en sánscrito), o ku (en japonés), ha sido traducido indistintamente como latencia, insustancialidad, vacío y también como lo insondable. Una de las primeras expresiones detalladas de esta idea proviene del erudito budista Nagarjuna, quien vivió en la India entre los años 150 y 250 d.C. Nagarjuna creía que ese estado que se describe en este concepto como "ni existencia ni no-existencia", expresaba la naturaleza de todas las cosas. Sin embargo, la índole paradójica de esta idea es un tanto extraña a la lógica dualista occidental y ha contribuido a estereotipar al budismo como una filosofía mística, aislada, que ve al mundo como un gran ensueño. No obstante, las implicaciones de ku se ajustan totalmente a la realidad y, de hecho, concuerdan con los descubrimientos de la ciencia contemporánea.

La física moderna en su intento por descubrir la esencia de la materia, ha llegado a una descripción del mundo que es muy cercana a la de Nagarjuna. Lo que los científicos han descubierto es que no hay una "cosa" real, fácilmente identificable como principio fundamental de la materia. Las partículas subatómicas, base del mundo físico que habitamos, parecen oscilar entre los estados de la existencia y la no-existencia. En lugar de una "cosa" inmutable que se halla en un lugar en particular, sólo encontramos olas cambiantes de probabilidades. En este nivel, el mundo es, en realidad, un lugar sumamente fluido e impredecible, esencialmente sin sustancia. Esta naturaleza insustancial de la realidad es la que describe el concepto de ku.

Ku también explica el potencial latente inherente a la vida. Consideremos cómo, cuando somos avasallados por una poderosa emoción como la ira, ésta se expresa por sí misma en todo nuestro ser: nuestra expresión es destellante, la voz se levanta, el cuerpo se tensa y así por el estilo. Cuando la indisposición se calma, la ira desaparece. ¿Qué ha sucedió con ella? Sabemos que la ira se encuentra todavía en algún lugar dentro de nosotros, pero hasta que algo la vuelva a provocar, no podremos encontrar evidencia de su existencia. En términos prácticos, la ira ha dejado de existir. Los recuerdos son otro ejemplo; no estamos conscientes de su existencia hasta que, de repente, emergen a nuestra conciencia. El resto del tiempo, como ocurre con la ira, los recuerdos están en un estado de latencia o ku: existen y a la vez no.

Comprender ku, por lo tanto, nos ayuda a comprender que, veamos como veamos las cosas –las personas, las situaciones, las relaciones, nuestra propia vida– éstas no son fijas, son dinámicas, cambian constantemente y evolucionan; están plenas de un potencial latente que se puede hacer manifiesto en cualquier momento. Incluso la situación más desesperanzada contienen dentro de sí posibilidades sorprendentemente positivas.

Es muy natural que nosotros apliquemos todo tipo de definiciones a las personas, a las situaciones y a nosotros mismos, para hacer que el mundo tenga sentido. Pero a menos que seamos cuidadosos en cuanto a la naturaleza de nuestros pensamientos y opiniones, nos veremos atrapados en una forma de ver las cosas muy estrecha y a menudo negativa: "Él no es una persona agradable", "Yo no puedo relacionarme bien con los demás", "Nunca habrá paz en el Medio Oriente." Tan pronto como decidimos que algo es de determinada manera, nosotros mismos le imponemos una limitación, y le bloqueamos la entrada a la posibilidad de crecimiento y desarrollo.

Pero cuando elegimos ver las cosas en términos de su infinito potencial positivo, nuestros pensamientos y acciones se convierten en una influencia constructiva que ayuda a crear las condiciones para que ese potencial se haga realidad. Debido a la íntima interconexión de todas las cosas, cada uno de nosotros, a cada momento, ejerce un profundo impacto en la realidad de la vida que compartimos. La forma en que vemos las cosas tiene un efecto concluyente sobre la realidad. Darnos cuenta de esto nos permite actuar con la confianza de que nosotros podemos moldear la realidad con repercusiones muy positivas.

La más constructiva de las perspectivas es creer en el ilimitado potencial positivo inherente a toda vida. El budismo denomina "budeidad" a este potencial que es la verdadera naturaleza de la vida. Nichiren le definió como Nam-myoho-renge-kyo, y alentó a sus seguidores a invocarlo con la firme convicción de que, al hacerlo, estarán haciendo brotar el potencial latente de la budeidad, no sólo desde dentro de sí mismos, sino también en las circunstancias de las cuales son parte.


[Cortesía de la revista SGI Quarterly, edición de enero de 2001.]

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