martes, 22 de enero de 2008

Esperando la 59

Buenos Aires
22 de enero de 2008, de madrugada

Víctor,

Hoy, mientras regresaba de cenar con una amiga entrañable en el centro de Buenos Aires, me paré a tomar una guagua (colectivo) en una calle semioscura en la Avenida Santa Fe, eran como las 11:30 de la noche y el corazón se me iba a salir.
Nerviosa por la soledad de la calle, ya casi no puede aguantar tanto agite. Tenía una mezcla de sensaciones que iban del cansancio de tanta caminata por la ciudad a una felicidad incontenible por ver a mi querida amiga Carolina, luego de 13 años de perdernos el rastro.
La calle oscura y la guagua que no llegaba. No me aguantaba de pie. Un bowl de mantecado de frutillas, dulce de leche y chocolate en una bolsa, a punto de convertirse en sopa. Mi mente a mil. No paraba de repetir las palabras de los 4 expertos en los medios que conocí durante el día y que me dieron su versión del país.
En la mañana un alto ejecutivo de Clarín me disparó toda su negatividad y su análisis más absurdo de por qué no debía buscar trabajo en la ciudad; en la tarde un veterano productor de TV y un documentalista de naturaleza en San Telmo me hablaron de todas las notas ambientales que aquí no se publican y en la tarde mi querida amiga Carolina, corresponsal de CNN aquí, me abrió los brazos de par en par, deseándome lo mejor en su ciudad favorita. Su primer regalo, mandarme a hacer mis tarjetas de presentación. Casi lloro, cuando me lo dijo.
Mientras en mi mente, la película en fast forward de todas las corversaciones del día. Sin olvidar la historia de Tania, una dominicana treintona muy humilde que conocí en la fila de una tienda de Western Union, que me contó, lo loca que estaba por regresar a la República Dominicana, por tal de no prostituirse en las calles como su prima que lleva más de 1 año trabajando de noche en la Plaza de Once, y sacando sus chavitos para enviar $$$$ a su familia en Sto. Dgo.
La guagua 59 pasó de largo 2 veces. Cansancio. Sueño. Los innumerables taxis amarillos y negros tocándome bocina y subiéndome las luces largas, para que escogiera uno y le pagara mi tramo hasta la calle Hipólito Yrigoyen. Me negué a gastarme la plata en taxi. Esperé bajo los árboles solitarios.
Sentí que los músculos del cuello no aguantaban más. Respiré profundo, y me di cuenta que estaba mirándolo todo en cámara rápida. Que el día que acababa de tener me parecía una película muy lejana, y que no era yo la que caminaba por esas calles. Mucha cafeína en el sistema, dos cafés y una Coca Cola.
Me di cuenta que los hombros estaban casi a la altura de las orejas. La tensión era tanta, que apenas podía respirar con calma. Y entonces pasó algo hermoso.
Abrí los ojos y pude ver. Así de sencillo.
En la oscuridad, enfoqué las hojas que el viento movía en las ramas. Y comencé a ver más. Las hojas eran casi negras en ese rincón de la Avenida Santa Fe. El viento se movía dulce. Ya no habían carros, ni personas en la calle. Solo un puesto de revistas en la esquina, con la luz que iluminaba la acera, pero tampoco se veía el vendedor.
Estaba como a 15 cuadras del apartamento, las batatas latiéndome de tanto caminar, las manos cansadas de cargar bolsas, la cartera, y la pizza que sobró de la cena.
Respiré profundo y bajé la guardia. No tenía nada que probar a nadie. Era. Soy.
Miré con calma el edificio crema de tres pisos con balcones románticos y rejas negras frente a mí. Y agradecí estar en Buenos Aires. Sola. Abriéndome paso, orgullosa de mi camino. Reconocí mi fuerza vital. El valor de empezar de 0. Sin más brújula que mi pasión y mi compromiso de ser maestra, investigadora, narradora y amante de la tierra.
Cuando bajé la vista, el rótulo de una tienda de cosméticos me hizo sonreír:
Universo Garden Angels.
Me sentí rodeada. Habitada de magia. Profundamente viva.
En unos segundos escuché un señor haciendo chistes en una tienda cercana. Pregunté por la guagua para la Avenida de Mayo y el mismo señor, con el pelo blanquito y súper parlanchín, me acompañó hasta otra calle, a la vuelta, para que tomara la guagua que me llevaría más cerca del apartamento.
Ahora me voy a dormir, y todavía pienso en ese momento. No lo he compartido con nadie. Eres el primero. Y siento, intuyo, que tienes una fibra especial, para entender.

Gracias por leerlo.

Muchas bendiciones,
Glory

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