lunes, 28 de enero de 2008

Gigantes de Valdés

29 enero de 2008
Buenos Aires, Argentina

Es puramente emocional este comentario. Ese palpitar de entrar por primera vez a un cine en Buenos Aires a ver una peli. Cansada de un día de caminatas y exploraciones, llegué hasta Alto Palermo y no lo pensé mucho. Entré a un megacine, compré mi taquilla y me metí a ese edificio iluminado de unos 4 o 5 pisos.

Una chica subía y bajaba las escaleras de la sala 3, donde presentaban "Gigantes de Valdés", para acomodar al público en sillas enumeradas. Increíble tanto orden. Diez minutos más tarde, los cortos y finalmente la película, que llevo viendo varias semanas en carteles por toda la ciudad.

La banda sonora increíble, el guión nada impresionante, más bien económico, pero sobre todos sus méritos, los increíbles visuales de la Patagonia.

Y, y , y.... el silencio.

Una película para apreciar las imágenes y los sonidos de naturaleza.

El mar, los pingüinos, las focas, las ballenas, los pescadores. Casi podía oler la sal. Que ganas de visitar ese pedazo de costa argentina. La Península de Valdés, un paraíso para soltarse el pelo y correr por la costa sin ideas en la mente. Un lugar para expandir los pulmones y las fronteras internas.

Mar, agua salada, olor a pescado plateado, manos curtidas por el sol y el trabajo. Mar, otra vez. Ese azul que te estalla de pronto, frente la mirada profunda del fondo, mucho sol, mucho espacio deshabitado.

Algo me seduce de esos espacios llenos de vacío. Algo me lleva al pensamiento más sutil, a la mirada científica y romántica, a mi primer amor escuchando ballenas en La Parguera, en Aguadilla y Rincón, a mi primera vez en un cuarto caluroso, rodeada de un Nautilus gigantesco y un espejo rectangular, invitándome a llegar a ese otro mar.

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